lunes, 23 de noviembre de 2015

LOS ANGELES DE LA GUARDA


LOS ANGELES DE LA GUARDA

A cada uno de nosotros, al venir a este mundo, se nos asigna un ángel guardián. Cada ser humano, independientemente de su raza, creencias, nivel social, aspecto o tamaño, tiene el privilegio de tener a su lado a un ángel que lo acompaña durante toda la vida. Está con nosotros todo el tiempo, dondequiera que vayamos y cualquier cosa que hagamos.

Ha estado con nosotros desde el principio y con toda seguridad ya nos entrevistamos con él cuando decidimos venir a este mundo con el cuerpo y las cualidades humanas que hoy disfrutamos y sufrimos.

Decía el Papa Juan XXIII: "La existencia de los ángeles custodios es una verdad de fe continuamente profesada por la Iglesia, que forma parte desde siempre del tesoro de piedad y doctrina del pueblo cristiano. La Iglesia los venera, los ama y son motivo de dulzura y de ternura.

Aunque es cierto que en algunas ocasiones – para nuestros ojos humanos – el ángel de la guarda parece haberse alejado de nosotros, también lo es que todos hemos vivido sucesos en los que su presencia es indiscutible.

¿Quién no ha arriesgado alguna vez su vida de manera irresponsable y temeraria?

¿Quién no ha sentido que en el momento crucial algo o alguien, alguna fuerza invisible, intervino apartándole de un peligro que podría haberle causado la muerte o al menos daños físicos?

¿Qué conductor no ha experimentado alguna vez la sensación de que alguien le avisó, llamándole perentoriamente la atención y aguzando sus sentidos en el momento clave?

Todos hemos iniciado alguna vez algo con la profunda sensación de que aquello era un error, para más tarde comprobar que efectivamente, de haber seguido, las consecuencias habrían sido desastrosas.

Según Terry Taylor hay dos épocas en la vida de todo individuo en las que el ángel de la guarda – ángel custodio o ángel guardián– tiene que esforzarse al máximo e incluso recurrir a la ayuda de otros ángeles: una de ellas es alrededor de los dos años de edad, época en la que el niño, que ya dispone de movilidad por sí mismo, se dedica a explorar el mundo que lo rodea, y la otra es la adolescencia, en la que un impulso parecido pero de otro nivel, nos hace despreciar totalmente los peligros a los que nos enfrentamos.

Los niños, antes de alcanzar la edad escolar, suelen percibir a los ángeles mucho más claramente que las personas adultas y del mismo modo, a toda una extensa serie de entes incorpóreos.

Con frecuencia, éstos adoptan forma de niños, y así comparten sus risas y sus juegos. Otras veces, los suelen ver con apariencia de jóvenes de notable hermosura, hombre o mujeres.

Además, independientemente de esta circunstancia, todo parece indicar que los seres angélicos sienten cierta preferencia por los niños.

El ya mencionado Dr. Lee relata en su libro cómo dos pequeños hijos de un modesto labrador se quedaron jugando mientras sus padres se ocupaban en las labores de recolección. Los niños, ansiosos de corretear por el bosque, se alejaron demasiado de la casa y no pudieron encontrar el camino de vuelta. Cuando los fatigados padres regresaron al oscurecer notaron la ausencia de los niños y, después de buscarlos infructuosamente por las casas vecinas, enviaron a los jornaleros en distintas direcciones a buscarlos. Sin embargo, toda la exploración resultó inútil y todos volvieron con el semblante afligido. De pronto vieron a lo lejos una luz que se movía lentamente a través de los campos lindantes con la carretera. La luz era esférica y tenía un bello color dorado. Los padres y sus ayudantes acudieron inmediatamente y al llegar vieron que allí estaban los niños, mientras la luz se desvanecía totalmente. Los pequeños relataron cómo se perdieron en el bosque y después de llorar y pedir socorro se quedaron dormidos al pie de un árbol. Luego, según ellos, los despertó una hermosísima señora que llevaba una lámpara y cogiéndolos de la mano los llevaba a la casa cuando sus padres los encontraron. Por más que los niños preguntaron, la aparición no hizo más que sonreír, sin pronunciar palabra. Los niños mostraron tal convencimiento en su relato, que no hubo forma de quebrantar su fe en lo que habían visto. Aunque todos los presentes vieron la luz y pudieron perfectamente distinguir los árboles y las plantas que caían dentro del círculo iluminado, sólo los niños vieron la aparición angélica.

Dios los bendice

ORACIÓN AL ÁNGEL GUARDIÁN
Angel de mi guarda, mi dulce compañía,
no me desampares ni de noche ni de día,
hasta que me pongas en los brazos de Jesús, José y María.

 

2 de Octubre Santos Angeles Custodios

«Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día. Aunque espíritu invisible, sé que te hallas a mi lado, escuchas mis oraciones, y cuentas todos mis pasos. En las sombras de la noche, me defiendes del demonio, tendiendo sobre mi pecho, tus alas de nácar y oro. Ángel de Dios, que yo escuche, tu mensaje y que lo viva, que vaya siempre contigo, hacia Dios, que me lo envía. Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu fiel custodia, gracias por tu compañía».

Así de hermosa es la poesía con que dan comienzo las laudes de este día. En ella ya se encuentra sintetizada la espiritualidad y sentido de esta fiesta.

La existencia de los ángeles está fuera de duda y siempre la Iglesia los veneró y difundió su culto. San Gregorio Magno llega a decir esta hipérbole: «En casi todas las páginas de las Sagradas Escrituras está contenida la existencia de los Ángeles». El Antiguo Testamento habla repetidas veces de su acción prodigiosa en favor de los hombres: Un ángel avisa a Lot del peligro que corre Sodoma y el castigo que va a recibir esta ciudad. Un ángel conforta a la criada de Abrahán, Agar, cuando es despedida y camina por el desierto. Un ángel socorre al Profeta San Elías y le alimenta con pan y agua fresca por dos veces cuando huye de la persecución de la reina Jezabel. Un ángel acompaña y colma de gracia al joven Tobías y a su padre y demás familiares. Casi todo el libro de Tobías está en torno al arcángel San Rafael. También en el Nuevo Testamento aparece el ángel liberando a Pedro de las cadenas y abriéndole la puerta de la cárcel...

En las vidas de los Santos, tanto antiguos, como Santa Inés, tanto de la Edad Media, como San Francisco de Asís, y, modernos, como Santa Micaela del Smo. Sacramento, Santa Gema Galgani y San Francisco de Sales... la presencia del Ángel de su Guarda en sus vidas es como algo inseparable. Mucho lo vivió también el Beato Manuel Domingo y Sol.

Desde que tenemos uso de razón en nuestros hogares cristianos se nos infunde la devoción al Ángel de nuestra Guarda y se nos recomienda que no demos oído al ángel malo que nos instigará al pecado y que tratemos de oír siempre al Ángel bueno que nos inspirará lo que hemos de hacer y hemos de evitar.

Es doctrina comúnmente admitida que, al nacer, el Señor ya nos señala un ángel para nuestra custodia y que cada familia, cada pueblo, cada nación tienen su propio ángel. El sabio Orígenes ya decía algo parecido en el siglo III: «Sí, cada uno de nosotros tenemos un ángel que nos dirige, nos acompaña, nos gobierna, nos amonesta y presenta a Dios nuestras plegarias y buenas obras».

Santo Tomás de Aquino dividió los Coros angélicos en nueve categorías diferentes: «Los Serafines, Querubines y Tronos, forman la augusta corte de la Santísima Trinidad; las Dominaciones presiden el gobierno del Universo; las Virtudes, la fijeza de las leyes naturales; las Potestades refrenan el poder de los demonios; los Principados tienen bajo su amparo a los reinos y naciones; lo Arcángeles defienden a las comunidades menores, y los Ángeles guardan a cada uno de los hombres».

Los mismos Salmos hablan con frecuencia de los Ángeles. Jesucristo se refirió en varias ocasiones a la misión de estos Espíritus purísimos. San Agustín afirmaba en su tiempo que «el Ángel de la Guarda nos ama como a hermanos y está con una santa impaciencia por vernos ocupar en el cielo aquellas sillas de que se hicieron indignos los ángeles rebeldes». ¿Qué hacer nosotros por el Ángel, ya que tanto hace él por nosotros? Dice el Éxodo: «Respétale y escucha su voz... Si oyes su voz y ejecutas cuanto te ordene, seré enemigo de tus enemigos».

Fuente:http://www.magnificat.ca/

    


Nuestro ángel de la guarda

    
    Muchos tienen la costumbre de hablar con su ángel de la guarda. Le piden ayuda para resolver un problema familiar, para encontrar un estacionamiento, para no ser engañados en las compras, para dar un consejo acertado a un amigo, para consolar a los abuelos, a los padres o a los hijos.

    Otros tienen al ángel de la guarda un poco olvidado. Quizá escucharon, de niños, que existe, que nos cuida, que nos ayuda en las mil aventuras de la vida. Recordarán, tal vez, haber visto el dibujo de un niño que camina, cogido de la mano, junto a un ángel grande y bello. Pero desde hace tiempo tienen al ángel “aparcado”, en el baúl de los recuerdos.

    De grandes es normal que hablemos a los niños de su ángel de la guarda. Nos sería de provecho pensar también en nuestro ángel que, desde el bautismo, está a nuestro lado y nos ayuda de mil modos.

    Es verdad: Dios es el centro de nuestro amor. Podemos, sin embargo, ver a nuestro ángel de la guarda no como una “devoción privada” ni como un residuo de la niñez, sino como un regalo del mismo Dios, que ha querido hacernos partícipes, ya en la tierra, de la compañía de una creatura celeste que contempla ese rostro del Padre que tanto anhelamos.

    Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo, como el de los niños que poseen el Reino de los cielos (cf. Mt 19,14), con el propio ángel de la guarda. Para darle las gracias por su ayuda constante, por su protección, por su cariño. Para sentirnos, a través de él, más cerca de Dios. Para recordar que cada uno de nosotros tiene un alma preciosa, magnífica, infinitamente amada, invitada a llegar un día al cielo, al lugar donde el Amor y la Armonía lo son todo para todos. Para pedirle ayuda en un momento de prueba o ante las mil aventuras de la vida.

    Necesitamos repetir, o aprender de cero, esa oración que la Iglesia, desde hace siglos, nos ha enseñado para dirigirnos a nuestro ángel de la guarda:

    Ángel del Señor, que eres mi custodio,
    puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
    ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día.
    Amén.
 

2  DE OCTUBRE SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS
 

La fiesta del 29 de septiembre nos asociaba a los ángeles en aquello que es lo fundamental de su vocación. Pero la Memoria de los Ángeles Custodios nos trae también el recuerdo de otra función de los ángeles: la de mantener cerca de los hombres una presencia fraternal. En efecto: «Dios, en su Providencia amorosa, se ha dignado enviar para nuestra custodia a sus santos ángeles». El Antiguo Testamento evoca con frecuencia la intervención de algún ángel para guiar a los patriarcas en sus peregrinaciones o para proteger al pueblo de Dios cuando éste entra en la tierra de Canaán; y el Salmo 90 nos hace cantar: "A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en sus caminos. Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra". También Jesús hablaría de esa asistencia, que nos garantiza, de los ángeles. Al recordar la dignidad de los niños, declara: «Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial». Por consiguiente, apoyándonos en sus propias palabras, le pedimos al Señor que nos veamos «Siempre defendidos por la protección de los ángeles Y gocemos eternamente de su compañía». «Dios te enviará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos», dice el salmo 91, y un poeta moderno, glosando la oración infantil de «cuatro ángeles tiene mi cama», precisa más la intimidad individual con el Custodio:
«Pero un solo ángel/tiene mi espíritu./ Un solo ángel/(el más amigo)».

Antes, a los niños, después de enseñarles a rezar a Dios y a la Virgen María, se les enseñaba a invocar todas las noches al ángel de la Guarda, hermano mayor espiritual, compañero aventajado por la visión de Dios, tutor, guía, centinela, escudo, discretísimo e invisible maestro en los peligros cotidianos, aliento, aguijón, consejo, confidencia.
Y esa figura angélica - venerada en la Iglesia por lo menos desde hace quince siglos -, acoplada a nuestra debilidad como un plus sobrenatural de sostén y ayuda, aunque hoy se quiera relegar a la nursery, junto con mitos vagorosos y consoladores de hadas y enanos buenos, sigue siendo un punto de la fe para chicos y grandes.
Delegados celestiales junto a nosotros, para creer en los custodios se necesita la fe que hace niños; nos los imaginamos etimológicamente como mensajeros de Dios, radiantes y alados, con una hermosura que no es de este mundo, incondicionales del alma, dulces e inflexibles como un amigo que nos quiere bien, soplando, como apuntadores a lo divino, las inspiraciones más altas.
«Fuerte compañía - el poeta enmendaba la jaculatoria popular - que no nos desampara ni de día ni de noche, atentos a cada segundo, porque todos son preciosos, de nuestra titubeante existencia, interviniendo en ella con misteriosos aletazos que nos desconciertan. Y sabiendo que al fin nos va a presentar ante el Señor con la serena sonrisa del trabajo bien hecho (y en silencio) para que podamos llegar de su mano a la Ciudad de la Luz.

Ya en el año 800 se celebraba en Inglaterra una fiesta a los Ángeles de la Guarda y desde el año 1111 existe una oración muy famosa al Ángel de la Guarda. Dice así:

"Ángel del Señor, que por orden de su piadosa providencia eres mi guardián, custodiame en este día (o en esta noche) ilumina mi entendimiento, dirige mis afectos, gobierna mis sentimientos, para que jamás ofenda a Dios Señor. Amen.

En el año 1608 el Sumo Pontífice extendió a toda la Iglesia universal la fiesta de los Ángeles Custodios y la colocó el día 2 de octubre.

Consejos de un santo: San Bernardo en el año 1010 hizo un sermón muy célebre acerca del Ángel de la Guarda, comentando estas tres frases: Respetemos su presencia (portándonos como es debido). Agradezcámosle sus favores (que son muchos más de los que nos podemos imaginar). Y confiemos en su ayuda (que es muy poderosa porque es superior en poder a los demonios que nos atacan y a nuestras pasiones que nos traicionan).

San Juan Bosco narra que el día de la fiesta del Ángel de la Guarda, un dos de octubre, recomendó a sus muchachos que en los momentos de peligro invocaran a su Ángel Custodio y que en esa semana dos jóvenes obreros estaban en un andamio altísimo alcanzando materiales y de pronto se partió la tabla y se vinieron abajo. Uno de ellos recordó el consejo oído y exclamó: "Ángel de mi guarda!". Cayeron sin sentido. Fueron a recoger al uno y lo encontraron muerto, y cuando levantaron al segundo, al que había invocado al Ángel Custodio, este recobró el sentido y subió corriendo la escalera del andamio como si nada le hubiera pasado. Preguntado luego exclamó: "Cuando vi que me venía abajo invoqué a mi Ángel de la Guarda y sentí como si me pusieran por debajo una sábana y me bajaran suavecito. Y después ya no recuerdo más". Así lo narra el santo.

Angel de mi guarda, mi dulce compañía,
no me desampares ni de noche ni de día,
hasta que me pongas en los brazos de Jesús, José y María.


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