viernes, 6 de enero de 2017

Algunos fragmentos esenciales del libro titulado "El Campo"


Algunos fragmentos esenciales del libro titulado "El Campo", de Lynne Mc Taggart, acerca de la energía y el Campo Cuántico...


(…) Durante varias décadas, en todo el mundo, respetados científicos de muy diversas disciplinas han llevado a cabo experimentos bien diseñados cuyos resultados dejan perplejos a los biólogos y a los físicos. En conjunto, estos estudios nos ofrecen abundante información respecto a la fuerza central organizadora que gobierna nuestros cuerpos y el resto del cosmos.

Sus descubrimientos sólo pueden clasificarse como asombrosos. En nuestro aspecto más elemental, no somos una reacción química, sino una carga energética. Los seres humanos y todos los seres vivos son una configuración energética dentro de un campo de energía conectado con todas las demás cosas del mundo. Este campo de energía pulsante es el motor central de nuestro ser y de nuestra conciencia, el alfa y el omega de nuestra existencia.
No existe una relación dual yo / no yo entre nuestros cuerpos y el resto del universo, sólo hay un campo energético subyacente. Este campo es responsable de las funciones más elevadas de nuestra mente, y es la fuente de información que guía el crecimiento de nuestros cuerpos. Es nuestro cerebro, nuestro corazón, nuestra memoria: es en todo momento un anteproyecto del mundo. Más que los gérmenes o los genes, el Campo es la fuerza que determina finalmente si estamos sanos o enfermos, y es la fuerza con la que debemos contactar para curarnos. Estamos vinculados e involucrados, somos inseparables de nuestro mundo y nuestra única verdad fundamental es nuestra relación con él. El campo, como dijo Einstein sucintamente en una ocasión, es la única realidad (…)

(…) Sólo podemos entender el universo como una trama de interconexiones. Las cosas que estuvieron alguna vez en contacto siguen estando en contacto a lo largo del espacio y del tiempo. Evidentemente, el tiempo y el espacio mismo parecen construcciones arbitrarias, inaplicables a este nivel de la realidad. Todo lo que aparece –hasta donde el ojo puede ver— es el gran paisaje del aquí y ahora (…)

A diferencia de la visión del mundo propuesta por Newton o Darwin, la suya es una visión que potencia la vida. Éstas son ideas que pueden fortalecernos, ideas que implican control y orden. No somos simples accidentes de la naturaleza. Hay propósito y unidad con relación a nuestro mundo y a nuestro lugar en él, y nosotros tenemos algo importante que decir. Lo que hacemos y pensamos importa: de hecho, nuestra participación es crucial en la creación de nuestro mundo. Los seres humanos no estamos separados unos de otros. Ya no cabe separación entre nosotros y ellos. Ya no estamos en la periferia del universo mirando desde fuera. Podemos asumir nuestro justo lugar, volvemos a estar en el centro del mundo.

La ciencia sólo puede ser un proceso de comprender nuestro mundo y de comprendernos a nosotros mismos, y no un conjunto fijo de reglas eternas. Con la llegada de lo nuevo, a menudo es necesario descartar lo viejo.
El Campo es la historia de esta revolución en ciernes. Como muchas revoluciones, empezó con pequeños brotes de rebelión que han ido acumulando fuerza e impulso individual –una innovación en un área, un descubrimiento en otra— más que ser un gran movimiento unificado de reforma. Aquí hablamos de hombres y mujeres que trabajan en laboratorios y, aunque son conscientes de la labor de los demás, a menudo les disgusta aventurarse más allá de la experimentación para examinar todas las implicaciones de sus descubrimientos, y no siempre disponen del tiempo necesario para comparar sus resultados con los de otros estudios científicos que van saliendo a la luz. Cada científico ha emprendido un viaje de descubrimiento, y cada uno de ellos ha descubierto una parcela de tierra, pero nadie ha tenido el atrevimiento de declararla un continente.
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Más que un universo de certeza estática, al nivel más fundamental de materia, el mundo y sus relaciones son inciertos e imprevisibles, un estado de puro potencial, de infinitas posibilidades.
Los científicos (…)

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Un verdadero explorador lleva adelante la exploración aunque le lleve a un lugar que no tenía planeado visitar.

La cualidad más importante que todos estos investigadores tienen en común es que están dispuestos a suspender sus creencias y a mantenerse abiertos al verdadero descubrimiento, aunque ello suponga poner en cuestión al orden de cosas existente, alienarse de sus colegas o abrirse a la censura y a la ruina profesional. Ser un revolucionario en la ciencia actual es coquetear con el suicidio profesional. Por más que se anuncia que se fomenta la libertad de investigación, toda la estructura de la ciencia, con su sistema de becas altamente competitivo, junto con el sistema de publicaciones y supervisión, dependen en gran medida de que los individuos se conformen a las visiones aceptadas por el mundo científico. El sistema anima a que los profesionales lleven a cabo experimentos cuyo propósito fundamental consiste en confirmar la visión existente de las cosas, o seguir desarrollando la tecnología con fines industriales, en lugar de estar al servicio de la verdadera innovación.
Todos los que han trabajado en estos experimentos han tenido la sensación de estar en el límite de algo que iba a transformar lo que entendemos sobre la realidad y el ser humano, pero al mismo tiempo eran científicos de vanguardia, funcionando sin brújula. Había una serie de ellos que, trabajando independientemente, habían dado con trocitos del rompecabezas y tenían miedo de comparar notas. No había un lenguaje común porque sus descubrimientos parecían desafiar el lenguaje.
No obstante, a medida que Mitchell contactaba con ellos, sus trabajos separados empezaron a configurarse como una teoría alternativa de la evolución, de la conciencia humana y de la dinámica de todos los seres vivos. Ofrecía la mejor esperanza de una visión unificada del mundo, basada en la experimentación real y en ecuaciones matemáticas, y no en simples teorías. El papel de Ed consistió en hacer las presentaciones, financiar algunas investigaciones y usar su posición de héroe nacional para dar a conocer los trabajos, convenciendo a los científicos de que no estaban solos.
Todo el trabajo convergió en un único punto: que el yo tenía un campo de influencia en el mundo y viceversa. También había otro punto de acuerdo común: todos los experimentos que se estaban llevando a cabo clavaron una estaca en el corazón mismo de las teorías científicas existentes.

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Estos resultados ofrecieron a Braud algunas claves importantes sobre la naturaleza de la influencia remota. Estaba claro que los seres humanos somos capaces de influir en otros seres vivos a muchos niveles: actividad muscular, actividad motora, cambios celulares, actividad del sistema nervioso… Estos estudios sugerían otra posibilidad curiosa: la influencia aumentaba en función de la implicación del influenciador y en función de cuánto le importaba el objeto de su influencia. Los efectos más reducidos fueron los del estudio de los peces, aumentaron en los experimentos relacionados con los gerbos, aumentaron todavía más en los experimentos con células humanas, y llegaban al máximo cuando los sujetos trataban de influir en otros seres humanos. Pero el mayor efecto de todos se producía cuando la persona influida necesitaba verdaderamente el efecto. Los que necesitaban algo –tranquilizarse, enfocar la atención…— parecían más receptivos a la influencia que los demás. Y lo más extraño de todo: la influencia de un sujeto sobre otro sólo era marginalmente menor que su influencia sobre sí mismo.

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[El Campo, de Lynne Mc Taggart, Editorial Sirio, 2006]
http://www.lamasacritica.com/2011/03/algunos-fragmentos-esenciales-del-libro.html





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